viernes, 30 de noviembre de 2007

LA YEGUA


Un día Yamila estaba triste, había defraudado a su Amo Jaque, uno más de sus fracasos en el camino de sumisión, una piedra más en el lastre para no poder elevar su entrega hasta las manos de su Amo. La siguiente conversación que se entabló entre ambos fue tensa, imperceptiblemente punzante pero que arañaba al menor descuido. Jaque, conocía bien a su sumisa, sabía que si bien Él era quien la amonestaba, ella era peor juez para condenar actitudes propias, así que la hizo sentar y escuchar (Cosa harto difícil para ella).

¿Recuerdas el correo que me mandaste sobre la confección de una taza por el alfarero?
Pues te voy a contar una historia parecida y puesto que tu eres mi yegua, la historia versará sobre un equino, así puede que lo asimiles mejor.

Por las montañas de Irlanda, entre vastos prados verdes y húmedos, trotaban las yeguadas de los caballos irlandeses con su temperamento de sangre fría, dóciles e inteligentes, con buenas maneras, fuertes y vivaces. Su propietario estaba orgulloso de ellos, pero pensaba que algo faltaba en esa sangre, así que decidió comprar sementales de pura raza inglesa cuyo estilismo en su estampa mejorara los futuros ejemplares. Pasada la monta y el tiempo de la preñez salieron potros y potrancas, hermosos por sus patas finas y elegantes, sus crines largas y flexibles al viento, su trote distinguido y cadencioso, nada parecía faltar al cruce. Y altivo determinó que había logrado lo que perseguía.

Llegó el tiempo de la feria del condado, hasta allí llevo sus ejemplares, domados a fuerza de poder y autoridad. Se sabía que la yeguada de él era de las mejores, tendría buena venta esta temporada y no habría de gastar un solo penique en conseguir más sementales ni yeguas para enriquecer la raza conseguida. Pero he aquí que encontró una yegua árabe, tenía la inteligencia y viveza de las otras razas pero su lealtad y su afecto hacia el hombre, pues vio el cariño con que ella olisqueaba el cuello de su vendedor, no tenían parangón. Con la cabeza erguida, con la crin y la cola sueltas era la imagen de la perfección. Observó que se habían acercado diferentes postores, pero que habiéndose aproximado al propietario, intercambiando una breve conversación y luego a la yegua, ésta retranqueaba hacia el final de la corralada y el pretendiente se iba con aire ceñudo y enfadado.

Se acercó a su propietario y le dijo:
- Ponga precio a esa yegua.
A lo que respondió:
- El precio es alto, pero no es solo cuestión de dinero lo que limita su venta.
- ¿Cómo es eso? Las ventas solo tienen el valor de un precio.
- En esta venta, no. Yo la vendo… pero ella elige.
- Santo Dios, ¿dónde se ha visto semejante desatino? ¡Así le va en la venta!. Ya he visto que se le han ido varios compradores. Y …¿puede Vd. Decirme cómo elige ella?, preguntó incrédulo.

- Vd. Simplemente, dirijase a ella. NO hay más trampa en el regateo.

Miró directamente a los ojos brillantes y expectantes del animal, entrevió la energía y rapidez al tiempo que lealtad y cordial afecto y supo el por qué del alejamiento con los anteriores interesados. Era un ser que no solo requiere mando y firmeza, sino confianza y ternura.

Extendió su mano, palma arriba y sosteniendo la percepción de las pupilas sin avanzar hacia ella lo más mínimo le dijo dulce y quedo: ¡Ven!

Ella irguió las orejas ante el tono de voz dulce e imperioso, arqueo el cuello y tenso su pecho y del belfo inquieto salio un relincho desafiante y dudoso.

¡Ven aquí! Le dijo sonriente, con mirada sagaz y socarrona

Ella dio comienzo para acortar la distancia, terminando por acercar su hocico a la mano que la esperaba.

- Bien Señor, creo que la venta está decidida.
Ella ha determinado su nuevo propietario, pero sigo sin comprender.

-Sencillo caballero yo retiré sus recelos, sus defectos pulí, pero una yegua árabe se da, Señor. Nadie la doma por eso ella es quien elige. Entrega su proceso de sometimiento, no importa lo duro que sea, pero eso si, siempre y cuando confíe en quien la guía y comprenda que su Amo sabe cuándo, cómo y por qué del proceso. Y cuando éste finalice, ambos se miren a los ojos satisfechos diciéndose mutuamente:

- Esta es mi bella yegua árabe.
- Este es Mi Amo y Señor, mi Dueño.

¿Comprendes ahora, Yami?

Tú eres esa yegua altanera, tus errores no son tales. Tu único error es la falta de confianza. El saber que de mi mano nada has de temer. Conseguido eso, el resto está en manos de tu Dueño, nada es problema ni obstáculo. Déjame hacer que estés orgullosa de ti, déjame determinar a mi el tiempo, la forma y el momento.


Yamila{SF}

2 comentarios:

Amo dijo...

Hermosa historia, y muy real, sin duda.
Besos Yamila.

Mis respetos a su Dueño

Karl

Yamila{SF} dijo...

Gracias Señor por su benevolencia. Un alago proviniendo de Vd, es todo un logro.

Mis respetos, Señor.

Yamila{SF}